Vómitos y Bombones Surtidos (2009-2010)
VÓMITOS Y BOMBONES SURTIDOS
(2009 – 2010)
Rafael Mazzini S.
AGRADECIMIENTOS
A Daniel Maldonado por compartir su cariño y vivencia intelectual.
A Javier Heraud por su vida y sus versos.
A Mariana por Todo. Siempre evitando como un pescador de Marlín, que me pierda en las profundidades.
Justificación
Nunca pensé en escribir ni tengo estudios en muchas materias que serían necesarias para entender mejor la vida, pero últimamente he presentado con perseverancia la recurrencia de ciertos temas hasta escribirlos. Es cierto, podría esperar a estudiar literatura y otras carreras que me permitieran hacerlo mejor. Sería fascinante, pero por ahora necesito hacer uso de aquel derecho que podría tener cualquier profano a darse a sí mismo una explicación provisional de lo que no entiende y -sin saber por qué- le mortifica.
De la misma manera aparecieron algunos versos que fueron intercalándose en el tiempo. Podría haberlos destinado a un poemario, pero he querido respetar este proceso porque considero que ambos tienen una relación más allá de lo que yo puedo actualmente entender.
Espero que las siguientes páginas proporcionen a los lectores un soporte temporal o al menos una compañía en su propia búsqueda.
“…lo que pasa es que yo, en el fondo, seguramente siento lo que sienten muchas personas. Pero ellas lo han resuelto de otra manera, han hecho filosofía, otras cosas… O no han dicho nada, simplemente han olvidado que tienen esa preocupación que es preguntarse ¿Por qué es esto?”
Blanca Varela (El Recuerdo del recuerdo: entrevista por Edgar O´hara), Revista Peruana de Cultura – segunda época n°2, INC, 1984
Un pequeño día
Hoy, sí tuvo sentido.
La mayoría de días, la mayoría de cosas que debo hacer…no lo tienen.
Dirás que soy un estúpido: ver una película (aquella película… ¡después de tantas películas!) y escribirle a esa película una canción (en realidad un boceto aún sin terminar)…
Es que para mí, sí tiene sentido estremecerme, que se paren mis vellos al escuchar algunos fraseos de la guitarra, algunas frases de las líricas. Alguna vez hasta se humedecen mis ojos… ¿Cómo podría eso no tener sentido para mí?
Y es que recién descubrí que soy un marginal, un inadaptado…
No lo parezco (¡al menos esa es mi fantasía secreta…!). Luzco formal, limpio y ordenado. A veces hasta elegante. Puedo tener una conversación a tono para cada ocasión y requerimiento. Ser receptivo y tener siempre un consejo para dar. Hasta tengo una linda esposa, unos lindos hijos, una linda casa con mascotas, jardín, carros y todo…Y es que soy un cirujano plástico que recibe bendiciones de la gente pobre que reconstruye y dinero de las mujeres acomodadas que embellece…
Pero nadie sabe de aquella maldición secreta detrás de la cara amable que sonríe.
De ese inmenso vacío que me entregó Dios y que no se llena con nada…De esa inmensa inconformidad que me hace desear una creación que no existe y maldecirlo, y maldecir su creación todos los días de mi vida…
¿Qué puedo hacer?…A ti te espantará y sentirás repugnancia de mí, o tal vez hasta te dé un poco de lástima mientras lo lees. Pero no podrás hacer más… ¿Y Yo? ¿Qué debería hacer? No elegí ser así. Nadie me avisó, menos me pidió permiso. De seguro me convendría ser como tú… Pero ya ves, no me interesa la euforia, el sexo, el dinero, el poder, ni una vida cómodamente cínica (“si yo estoy bien, el resto también debe estar bien”)… Ya maldije lo suficiente y con eso no cambié nada… Y aún no quiero suicidarme. Hasta casi creo haber descubierto que aquel lugar que anhelo sí existe. Una creación perfecta sin egoísmo y sin materia donde todos al fin somos uno. Y la única manera en que se puede alcanzarla, la gran decisión, el gran paso en la evolución espiritual… es el rechazo a la situación actual y el consecuente suicidio.
Pero todavía no es el momento.
El otro día me harté. Me harté, me decepcioné de todos y pensé hacerlo. Pero sólo me duró un día…lo suficientemente poco, como para aceptar que de repente eso que “casi” creo, no es cierto y que perdería mi única oportunidad de vivir la vida apasionadamente. De la única manera como vale la pena vivirla…Y para mí, la única manera de poder hacer eso… es hacer lo que para mí… tiene sentido. Y sólo así, poder disfrutar del resto.
EL VIAJE – La Ilusión
Aquí se acaba el camino, el mundo conocido.
De aquí en adelante seguiré solo
en medio de la bruma del bosque y los abismos
Solo,
en un tiempo que no pasa
Sólo
mi respiración y mi conciencia vacía
testigo mudo de lo que ocurra.
Un camino que nadie hizo
un camino que permito que ocurra
A media luz
bajo la lluvia
Al anochecer
con la brisa tibia envolviéndome
cuando duermo al lado del agua
bajo las estrellas
Mi cuerpo más vivo que nunca
mi cuerpo de aire
y de hierba,
de piedra y de musgo
de luna y de nube
de fascinación cada vez más viva
y de canto de todas las melodías
en silencio,
Canto de la existencia
de la explosión del sigilo
para mí
y para ti,
que eres tan incomprensible
y apareces en la oscuridad,
llenándolo todo
Anoche fui a un concierto de Peter Gabriel
Después de estar acostumbrado sólo a la llegada de músicos de habla inglesa que triunfaron por lo menos hace treinta años, me llama la atención que viniese a un país tan pobre y alejado de la civilización – uno como para servir de inspiración a la Teta Asustada y enorgullecerse de ser mostrado al mundo como espécimen raro en feria antropológica – un ícono aún vigente del rock. También me llamó mucho la atención que a diferencia de otros conciertos importados, el público asistente fuese gente alrededor de cuarenta años, blanca, de un nivel socioeconómico medio a alto, con mucha concurrencia de esposas.
Es conocido que Gabriel es un activista internacional a favor de la justicia social. Antes de la presentación de su concierto habló una representante de Amnistía Internacional para promocionar al movimiento. Durante el concierto Gabriel habló y cantó sobre el amor, de la injusticia del hombre por el hombre -por ambición de posesión y poder-, así como de personas idealistas que dieron su vida por sus ideales y por el prójimo.
Pero lo que más me llamó la atención – por persistir en esta ingenuidad que ya me molesta – fue que esta gente adulta, de nivel socioeconómico alto, que estaba recibiendo mensajes altruistas, -y empezando por las filas delanteras que son las mucho más costosas-, se comportase como cualquier humano sin ningún tipo de conciencia. La disposición de los asientos con respecto al escenario estaba diseñada para que todos los asistentes pudieran ver el concierto sentados. Apenas empezó el concierto los de adelante se pararon sin más, seguidos por los de atrás que tampoco consideraron a los que venían aún más atrás, con lo cual se fregaron todas las mujeres y los chatos, que en este país son bastantes.
Este detalle cotidiano e inaparente, para mí fue un signo representativo –resaltado por un gran marco icónico- de la incapacidad que tenemos para cambiar, para tener consideración siquiera por el semejante -y no digo por el diferente-. Nuestro egocentrismo es inamovible, más allá de los intentos de nuestra débil e inestable corteza cerebral, asiento de una débil conciencia y voluntad conciente, que con un par de tragos deja de funcionar. Y es que no somos la excepción a cualquier otra especie de la cadena evolutiva. Así es la creación.
La primera vez que leí El Gen Egoísta de Richard Dawkins hace unos diez años, me pareció que el autor era un pervertido que dejaba sin esperanzas a la humanidad. Años después, cuando asimilé la idea lo perdoné, porque comprendí su conclusión que nos permitía cambiar el curso del destino genético con nuestra conciencia y voluntad. Hace poco se suicidó David F. Wallace, pensador y escritor norteamericano que en los últimos años trató de convencer a la opinión pública que el egocentrismo programado de nuestra naturaleza puede ser cambiado en los pequeños detalles de la vida cotidiana con nuestra conciencia y voluntad. Creo que esos años de tratar de convencer al público, fueron en realidad un intento de convencerse a sí mismo. Y creo que al final abandonó el intento colgándose de una viga en el sótano de su casa. Eso creo Yo, así como los paleoantropólogos modernos creen en secreto -sin atreverse a blasfemiar contra un Dios ridículo que hemos creado y al cual le hemos puesto el rostro de nuestra especie-, que el Neanderthal desapareció porque el implacable y oportunista Homo Sapiens lo exterminó.
Y después de más de diez años de esa lectura inicial, después de que mi buena intención fuese minada cada día, le doy la razón a Dawkins. Pero sólo en parte. Por que ahora Yo soy más pervertido que él. Yo no creo que tengamos ni voluntad ni conciencia para este cambio. Siguiendo los esbozos del plan de la creación, sólo nos queda ser exterminados por una especie más eficiente que nosotros, que surgirá como mutación sicótica selecta entre las grandes y refinadas familias corporativas que manejan el mundo, ó que vendrá de fuera de este joven planeta.
Y mientras ¿qué podemos hacer nosotros?
¡Pase, pase amigo…! la vida cotidiana nos ofrece un sin número de actividades evasivas, egocéntricas y hedonísticas para el caso, -incluso disfrazadas de altruismo, ¡Pase y escoja…! -que nos mantendrán alejados de todas estas ideas negativistas que no nos conducen a nada bueno.
Fascinación Metafísica
En momentos como éste -de fascinación metafísica- quisiera gritar eufórico ¡…! pero me abruma tal respeto… que sólo me atrevo a gritar con mis ojos de loco
El Viaje – La Espera
Últimamente me siento siempre desmoralizado por intentar cambiar las cosas sin resultado, desilusionado del resto, de la creación, del Dios, y harto que me estén molestando para intentar sacarme provecho de alguna manera…de cualquier manera…
Todo esto me ha ido dejando una sensación de cansancio, una sensación de que mis oportunidades para hacer algo que valiese la pena…ya pasaron.
El pensar que tal vez ya no regrese jamás a ningún sitio me asusta un poco, pero más me reconforta, me deja una sensación de alivio y me devuelve algo de fuerza para continuar.
El canto de los pájaros mientras baja el sol por fuera de la ventana, en el jardín…
Ya sabes muerte,
Si debes venir a visitarme – no te apenes,
No te voy a despreciar con un gesto, ni a asustarte con mi cara de espanto…no.
Esta vez serenamente siento que te miraré con ternura a los ojos, y te abrazaré para consolarte…
Un Cometa
Como aquel Río que a veces baja furioso y con rencor, destruyendo campos y animales a los hombres y a sus casas, a veces también maravillado y generoso trayendo el canto de vida y de esperanza, así es mi amigo.
El Dios lo hizo una luz del firmamento que deja efímera estela a su paso, que arde y se consume dolorosamente por dentro, condenado a renegar de su destino hasta que consumido desaparezca. Lo quiero desde que usábamos pantalón corto en la misma escuela. Como un cometa cuando pasa, la gente queda deslumbrada pero no puede pedirle que acomode su trayectoria ni su horario. Deben conformarse con ello. No deben tocarlo, no deben llevarlo a sus casas, no deben incorporarlo a sus vidas. Como un cometa, sin querer los quemará. Sin querer quemará sus casas. Sin querer, destruirá sus vidas. Como destruye la suya propia. Mi amigo. De pantalones cortos.
Un Momento de Eternidad
La brisa y la luz abrasadora que atraviesa mis párpados cerrados silencian mi mente, que ya sólo se ocupa de esta luz, proveniente del mismo sol que bañó el mortal cuerpo de los sumerios. Y esa sensación de eternidad, me reconforta como nada podría hacerlo… pero es tan sólo una ilusión… Ni un sólo átomo de este cuerpo es mío. El cuerpo que tuve hace cinco años se ha reciclado totalmente, tomando materia de otros cuerpos que ingerí, de seres provenientes de otras partes del mundo. Como el río de Heráclito, ni un sólo fotón actual de este sol que avanza inexorable a su ocaso, alumbró a nadie del pasado. Lo único que podría ser temporalmente mío (¿mío?) es el programa incorpóreo, que se ejecuta utilizando también átomos recambiantes, que administra el funcionamiento de mi cuerpo, y que llegó ahí no sé cómo. ¿De qué estrella ya destruida provendrán los átomos de la estatuilla que aprieto en mi mano? Tal vez lo más estable que exista a mi alrededor en este momento sea la roca de este templo destruido en Ur, sobre la cual apoyo mi cuerpo extenuado. Lo más estable. Tanto, que hoy me olvidaré de quienes se están apoderando del mundo y de sus mezquinas ambiciones, me olvidaré de la indiferencia divina por la cual mueren a diario a manos de hacendados globales, miles de siervos contemporáneos en este planeta, que pareciera una mejorada versión de campo de concentración. Porque hoy estaré muy ocupado con la roca,…con la brisa,…y con la luz.
El Legado de Dalí
No sé cuánto de mérito se le pueda reconocer –pues creo que la intensidad de su naturaleza era tal, que él mismo no podría haber evitado su propia eclosión-, pero no se puede negar que el mayor legado de Salvador Dalí haya sido su vida misma. Al habernos compartido por escrito y en primera persona los impulsos, los sentimientos, los temores y las fantasías más íntimas y prohibidas de su vida, no podemos dejar de concluir que la sociedad en la que nacemos y nos insertamos, -a manera de programador- nos formatea el disco duro de nuestra concepción de la realidad y de nuestro objetivo en la vida. Evita que veamos las cosas de manera diferente. Restringe desde nuestros impulsos y sentimientos, hasta las conclusiones de nuestras experiencias, y así la propia percepción sobre nosotros mismos y de nuestro propio desarrollo. Podríamos aprovechar la experiencia sui géneris que fue su vida, permitiéndonos cultivar al máximo y sin prejuicios nuestras distintas capacidades potenciales, para luego -ahora más fácil que nunca en este mundo globalizado y diversificado- buscar un nicho apropiado en donde poder aplicarlas en una actividad productiva y remunerada, de realización personal plena –lo que en otras épocas hubiese devenido en vidas incompletas, frustras, marginales, anónimas, desperdiciadas-. ¿Cuántos Dalies no tuvieron la suerte de nacer bajo un régimen democrático y librepensador, de gozar de una infancia de pequeño burgués que les permitiera no trabajar ni competir en las calles sino desarrollarse contando con apoyo financiero y libertad de pensamiento, de no ser asesinados por sus pares o enemigos, de ser reconocidos social y económicamente por una coyuntura que exalta lo diferente y lo nuevo (paradigmas de La Modernidad y del Mercado Liberal)? Es una suerte para nosotros que Dalí haya nacido en el momento y lugar que lo hizo, pues se pudo desarrollar al máximo y quedó registro de su experiencia para nosotros.
No tenemos que, ni tampoco podríamos ser Dalí. A muchos inclusive les podría parecer algo repugnante. Pero en cualquiera de los casos, sí podemos tomar su legado. Al menos, creo que no deberíamos dejar pasar esa oportunidad.
¿En qué somos diferentes?
El homo sapiens no es un animal muy grande y fuerte, ni posee ningún arma especial. Tampoco somos muy rápidos ni tenemos ningún sentido muy agudo. Es más, en realidad estamos físicamente en desventaja con respecto a muchas especies animales. La supervivencia de nuestra especie ha estado basada fundamentalmente en nuestra ventaja intelectual con respecto a las otras. En nuestra capacidad para plantear diversas opciones estratégicas, ejecutarlas imaginariamente en nuestras mentes, y prever así los posibles resultados y consecuencias en caso de ser ejecutadas estas en el mundo real. Y así tuvimos éxito en la cacería y en los enfrentamientos bélicos con otros bandos de homínidos. Tal vez el ejemplo más notable de su alcance sean las teorías de la relatividad, desarrolladas por un desconocido empleado de una oficina de patentes, quien durante años pasó horas enteras analizando sistemáticas especulaciones mentales.
Sin embargo, la realidad nos muestra que cada atributo tiene cualidades a favor y en contra del atributado. En este caso, la capacidad para proyectar en el futuro el desarrollo de hipotéticas realidades paralelas con diferentes variables cada una, hace que nuestra mente no pueda dejar de imaginar cómo sería nuestra vida bajo otras circunstancias idílicas para nosotros. Y de vivir la frustración respectiva e irremediable al conocer los resultados proyectados. Una real “expulsión del paraíso”, como la intuyeran los antiguos sumerios.
Es lógico suponer que junto con la emergencia de esta capacidad, fue necesaria otra que nos hiciese la vida soportable. Aquellos que no la poseyeron sencillamente se auto-eliminaron, y así se hicieron omnipresentes en la especie junto con los genes de la ventaja intelectual, los de la complementaria capacidad. Esta es la capacidad de autoengaño, de autosugestión. La frustración haría inherente a nuestra especie la búsqueda tan sólo de un consuelo, de una realidad alternativa (así se fundaría el arte, la mitología, la religión); pero la capacidad de autoengaño además nos permitiría creernos nosotros mismos una historia bonita y lograr la paz perdida para continuar en esta vida.
Pero la convivencia en grandes grupos –aunque no era natural- terminó siendo necesaria, y pronto se hizo imprescindible instaurar tácitamente una serie de normas que protegiesen a cada uno de los individuos del cada vez más grande grupo. A ninguno le convenía ser abusado por otro, ser sujeto de robo, de violación, de asesinato, de envidias y de resentimientos con venganzas juradas para el futuro. Hasta el monazo más grande y malo necesitaba descansar y dormir tranquilo. Y también su familia. Era imperativo que estas normas de conveniencia fuesen cumplidas por cada miembro de la especie. Pero al igual que todas las especies, somos oportunistas y no cumplimos normas si nadie nos castiga real o imaginariamente. La solución fue elevar las normas intangibles e irrenunciables a la categoría de dogma: nacieron así los principios éticos. Y estos están tan incrustados en nuestra conciencia que sólo a un psicópata se le ocurriría no creer que ellos son inherentes a la vida misma y que no son artificiales. Elevarlos a categoría de mandatos divinos fue tan sólo una variante. Es muy curioso verificar como todos y cada uno de los humanos que conocemos, transgrede diferentes dogmas éticos o mandamientos según lo va requiriendo, justificándose de manera más o menos refinada según su nivel intelectual, y cómo simultáneamente nosotros nos negamos a reconocer que nos percatamos de este proceso. Siglos de historia oficial de la humanidad y millones de anónimos y secretos vejámenes a rienda suelta por los más ocultos instintos durante asaltos a poblaciones civiles en guerra lo respaldan. Es execrable que una persona se justifique para cometer un delito. Pero ¿qué adjetivo calificaría a autoridades políticas y espirituales reconocidas por su pueblo, que justificaron en nombres de valores éticos o de sus Dioses, el sometimiento y aniquilación de millones de semejantes? Ante tanta inercia, tan sólo el cuestionarlos me hace sentir que soy Yo el que está cometiendo un delito.
Y por último, así como ningún cholo quiere ser cholo, y cholea a quien es ligeramente más cholo, ningún humano quiere que le digan que es un animal. ¿Habrá sido esto planeado por los animales para no compartir con nosotros la misma Arca de los Locos? La vida en este planeta existe desde hace tres mil millones de años. Sí. Tres mil. Millones. El homo sapiens, desde hace sesenta mil. Pero estamos convencidos que somos el culmen de la evolución. Ni siquiera entendemos que no hay la tal llamada evolución, sino tan sólo una mejor adaptación a las condiciones cambiantes (no “evolucionantes”) del medio ambiente en el momento en el cual nos toque sobrevivir. En la fosa submarina no somos más evolucionados que las bacterias que allí sobreviven a más de 60 grados desde hace miles de años. ¡Ni se te ocurra intentarlo! Ni tampoco estamos en la cima de la pirámide alimenticia que hemos inventado, pues al morir nos podrimos por acción de las menos evolucionadas bacterias que humildemente y sin ningún reconocimiento reinsertan nuestro cuerpo en el gran engranaje circular (un circulo sin cima) del reciclamiento de la materia orgánica. Cada invierno esperaré en silencio entre las raíces del cerezo, y como si fuese la primera vez, cada primavera floreceré de rojo en él…
Ahí terminamos finalmente de hacer el ridículo. ¿No deberíamos agradecer por esa oportunidad?
Las Llaves del Infierno de San Pedro
Nos habían dicho que teníamos que conseguir unos San Pedros con número alto e impar de bandas. Unas 11 o 13. Así que con días de anticipación conseguimos los cactus en el mercado y los preparamos con la receta recomendada por un yerbero. Sacamos las espinas y retiramos toda la pulpa blanca del interior, quedándonos con algo similar a lo que queda tras comerse una sandía. Cortamos ese material en trocitos y lo hervimos durante unas 6 horas. Ya fría y colada, extendimos la sustancia resultante sobre periódicos y la dejamos secar varios días. Trituramos aquella placa seca con un mortero y finalmente guardamos las partículas granuladas en un frasco de boca ancha. Un 31 de diciembre de 1986 llegamos a unas chacras alejadas del pueblito de Santa Eulalia. Bajamos del auto y preparamos el brebaje, disolviendo una o dos cucharadas por vaso de agua para cada uno. Fue inevitable vomitar al rato ese líquido verde tan amargo, viscoso y elástico. Comenzamos a caminar por los sembríos y de pronto quedé impresionado por la intensidad de los colores del paisaje. Unos metros más allá nos encontramos con una cabra. Yo nunca había estado tan cerca a una. Me llamó la atención la ranura horizontal en sus ojos tan grandes. Se acercó a mí y permaneció así con tanto interés, que yo sentí con fascinación que estábamos conectados. Salvador me advirtió que se trataba de una ilusión y que no dejase por ello la marcha. Aunque yo no estaba totalmente convencido, lo seguí con María hacia el cerro. Era una montaña árida y rocosa, tapizada de cascajo y sembrada con cactus dispersos. Una vez arriba, nos sentamos a mirar hacia el nacimiento del valle, más alto y encumbrado en la cordillera coronada de nubes luminosas. Coincidimos en la sensación mística de unión con todo aquello que nos rodeaba y que llegábamos a percibir como parte de la divinidad omnipresente. Salvador me pasó una bolita de cactus roja con pepas negras dentro, que estaba dañada por un lado, abierta. “El fruto prohibido” me dijo. Debido a su expresión, no me quedó claro si su intención había sido moralista o lasciva, y eso desvaneció en mí toda la armonía espiritual que venía sintiendo. Nos indicó luego que bajáramos, así que comenzamos el descenso. Apenas iniciada la marcha, me fui percatando cada vez con más preocupación que estaba dependiendo totalmente de mi visión, pues no sentía en absoluto mis piernas. La situación era terrible por el piso de cascajo y lo empinado del cerro. Había innumerables piedras filosas y cactus en el trayecto cuesta abajo. Comencé a ser presa de una progresiva sensación de pánico que tuve que contener para completar la bajada que se hizo infinita. Una vez abajo me pude sentir más tranquilo. Llegamos a un muro con un portón abierto cerca de la orilla de un río. Siempre había ocurrido durante los meses que frecuenté su casa casi a diario, pero nunca había sido consciente de lo que pasaba, a pesar de sí sentirme incómodo con ello. María también se me acercó en esta oportunidad, buscando mi atención como siempre, mientras Salvador se encontraba en su propio mundo, más allá. Yo trataba de rehuir la situación y acercarme a él para romper el lazo, pero parecía un acuerdo consensuado entre ambos, porque lucía como tercamente distraído y evasivo. Sólo pude recordar que ya muchas veces me había sentido así, pero que nunca me había dado cuenta conscientemente de esa dinámica, que ahora mientras estaba aterrado me parecía perversa, bien porque ella quisiera seducirme o porque él quisiera hacerse el desentendido (Tardaría yo años en comprender que la mente masculina es diferente a la femenina. Que las mujeres tienen la necesidad vital de llamar la atención para sentirse vivas y que aquello no implica ninguna intención sensual ni un interés particular en la otra persona. Que aquella necesidad es mayor cuando la relación de pareja es antigua y el marido ya no le presta tanta atención a su mujer. Ahora lo comprendo y lo percibo en las reuniones sociales con naturalidad. Pero en aquel entonces, me costaría la relación tan estrecha que mantuve por dos años con aquellos amigos). De regreso hacia el auto, sentimos unos golpes en el camino de tierra. Al buscar con la mirada, nos dimos cuenta que varias personas nos estaban apedreando desde detrás de unos muros. Hacía pocos años que había empezado el terrorismo en el Perú y era evidente que el resentimiento de los nativos tras siglos de sometimiento, seguía vigente hasta cerca de la costa. Apuramos la marcha, y sin poder explicarme cómo podía Salvador conducir por la carretera a esa velocidad, llegamos al parque de Chosica. Yo inventé una excusa para alejarme un momento y desaparecí sin avisarles. Me subí a la volada en un transporte público de regreso a Lima. Claro, primero abordé un bus en el sentido equivocado. Estaba consciente de mi estado y eso me hacía sentir peor. El retorno debe de haber durado horas, parando y recogiendo pasajeros por todo el trayecto hasta el anochecer, que incluía atravesar el Centro de Lima en hora punta. Yo como un Dante, sobreviví la presencia de involuntarias multitudes extrañas a mí dentro del vehículo y por fuera de las ventanas, llenando toda la ciudad. Durante todo el camino mi cabeza asoció una infinidad de cosas a una velocidad que yo nunca había experimentado. Lo único que recuerdo y que me dejó marcado, fue el descubrimiento de otro tipo de dinámica oculta en mi vida diaria. Cada uno de nosotros necesita para poder vivir saludable y acertadamente, un marco de referencia, una explicación sobre el significado de la vida y sobre nosotros mismos. Esta explicación no tiene que ser muy consciente ni muy elaborada. Sólo tiene que funcionar lo suficiente para cada uno. La mayoría de estas explicaciones son aprendidas, pues desde que nacemos en un grupo social, vamos asimilando aquella tácitamente difundida en nuestro entorno. Pero cada uno necesita conforme va creciendo, ir personalizando esta explicación según su propia naturaleza, según el conocimiento que vaya adquiriendo, y según sus propias e intransferibles vivencias. Descubrí en ese estado de terror, que no éramos libres para elegir a las personas a quienes íbamos incorporando a nuestras vidas. Que las escogíamos por aquella necesidad de sentirnos reafirmados en aquella cosmovisión inconsciente que nos permitía enfrentarnos día a día con lo desconocido. Que escogíamos a quienes pensaban como nosotros, sentían como nosotros, lucían como nosotros. Y que por temor a la desestabilización de nuestro sistema, podíamos llegar al punto de desaparecer a quienes constituyeran una amenaza para nuestro mundo. Es decir, a quienes pensaran, sintieran o lucieran diferentes. Esa efectivamente y en un repaso, era la historia de la humanidad. Descubrí en ese estado, que para mantener mejor su estabilidad, el sistema requería que no nos diéramos cuenta del proceso (como la posibilidad de ser feliz esperando la llegada de Santa Claus requiere que se crea en él). Que vivíamos como habitantes de La Barca de los Locos, como unos compañeros de pabellón en un manicomio -prisioneros de nuestras propias necesidades- sin posibilidad de darnos nunca cuenta de la verdad…
Sin saberlo, esa noche Mariana tuvo una pesadilla en la cual yo andaba sin rumbo, solo, en el viento y la oscuridad.
Inasible
Tal vez sea tan simple, que no tengas para qué explicarlo ni por qué entenderlo.
Tal vez sólo importe que lo vivas como haces. En silencio. Sólo sintiendo que para eso existes. Para estar ahí. Disfrutándolo.
Tal vez sea ridículo, escribiéndolo cuando ya pasó. Porque no soporto sentarme a vivirlo más tiempo como tú. No lo sé.
Quisiera hacerlo más adelante. Cuando las cosas importen menos y no tenga obligaciones qué cumplir.
Ya no estarás entonces, y ojalá no sea muy tarde para mí.
Ya no lo sé
He pasado la vida caminando al borde
sin ningún peligro
Sólo el de mí mismo
Cuando llega.
Tal vez sea el vacío enorme,
o la decepción
por tanta ilusión cultivada desde niño
y tanta necesidad
de llenarlo
O tal vez sea tanta malcriadez
de un niño burgués consentido
Ya no lo sé
Los repetidos desencuentros sin posibilidad de enmienda
La miseria y la mezquindad de la gente
Las dificultades y los malos ratos casuales
La fatiga
El clima
La antigua baja estima de mí mismo
y la reciente hacia todo lo demás
Siempre repitiéndome
Esa voz
Que siga adelante
Que cumpla mi responsabilidad
Aquella que nunca pedí
Por que al inicio no pedí nada.
De inicio se me tentó.
Y luego mi voluntad fue corrompida
Junto a mi lucidez
¿Qué podría reclamar ahora?
Solo me queda hacerlo
Con la boca cerrada
Y no molestar más
Cómo me convertí en pervertido
Siempre me llamó la atención cómo determinados movimientos, zonas o texturas de diferentes partes de la cara, del cuerpo o de la voz de algunas mujeres podían evocar en mí sensaciones tan intensas y variadas de anhelo, de esperanza, de refugio, así como las fantasías respectivas de traspasando el umbral, perderme en la ensoñación y el placer. Claro, esto es lo que sienten desde la adolescencia todos los hombres por las mujeres. Ya han pasado más de treinta años así y no sólo me siento igual que siempre, sino que ahora puedo abordar a cualquier mujer mejor que nunca con este nuevo aplomo que he adquirido. Las características de los objetos de mi deseo no han variado en absoluto y me siento muy cómodo con esa atracción. Sin embargo, cuando tras la espontánea atracción inicial logro confrontar la realidad e identificar al objeto, descubro con espanto que se trata de una mujer que podría ser compañera de mi hijo o la hija de cualquiera de mis amigos. Si durante ese corto instante previo a la toma de conciencia noto que ella siente atracción hacia alguien de su misma edad, inmediatamente lo comparo conmigo percibiéndolo como un adefesio, sin advertir que al lado de cualquier muchacho ya debo lucir decadente. En esos momentos no logro entender cómo terminé atrapado en una situación que me convierte instantánea y secretamente en un ser despreciable, sin haber requerido ni sentido para ello nada diferente de lo habitual. Es como si me hubiesen jugado una broma negra, cambiándome sin previo aviso los términos de un antiguo contrato. ¿Seré más pervertido que alguna mujer joven que dentro de unos años acepte tener relaciones sexuales conmigo a cambio de algún tipo de beneficio, o que el Dios que permite que todos nosotros pasemos por estas mismas situaciones? Recién empiezo a padecer los efectos de esta condición, nueva para mí. Prefiero no anticipar los detalles de cuando me “corresponda” sentir atracción y mantener relaciones sexuales con una mujer cuyo cuerpo y autoestima ya se hayan deteriorado tanto que resulte penoso a los gustos de cualquiera. Creo que recién será en ese momento, que yo deba aceptar que real y finalmente me he transformado en un pervertido.
¿No eres normal y piensas tener un hijo?
Pues considera algunos factores.
Somos organismos vivos y nuestro propósito principal -consciente o no- es la reproducción, para lo cual portamos efectivos programas que terminan concretando aquello de una u otra manera, aún en contra de nuestra decisión.
Por esa razón no voy a mencionar los argumentos a favor y las gratificaciones de sí hacerlo, sino todo lo contrario.
Un hijo es la aceptación de una serie de responsabilidades de las cuales no te podrás librar mientras sigas vivo. Puedes no asumirlas, pero en ese caso condenarás a estigmas emocionales y a falta de oportunidades a ese hijo, te condenarás a la sanción social respectiva, y pudiera ser que además te sintieras mal por todo aquello. O puedes asumirlas y en ese caso tendrás que disponer de tu tiempo, de tu dinero, de tu esfuerzo y tu dedicación. Vivirás siempre asustado de perderlo. Siempre preocupado por su futuro. Tendrás que trabajar ya no solo para ti, sino para un ser en desarrollo con toda la logística y requerimientos materiales, emocionales, sociales y académico-laborales respectivos. Tendrás que destinarle a él gran parte del tiempo que ahora tienes reservado sólo para ti y tu pareja. Si tu hijo no desarrolla adecuadamente y además tiene hijos, tendrás que asumir los errores y responsabilidades que él adquiera. Si porta alguna minusvalía crónica además tendrás que desarrollar y financiar un plan de soporte para cuando tú mueras.
Todo esto lo puede asumir con gusto una persona normal, para la cual el sentido de su vida es justamente ese.
Pero tú no.
Tú que necesitas tiempo y esfuerzo para relanzarte cada día a la vida, quien necesita de libertad para poder decidir cuándo ponerle fin a su propia vida, para quien la preocupación por el futuro material siempre será agobiante, o quien tiene una serie de requerimientos, de sueños y de proyectos personales demandantes para el futuro, no.
No debe ser fácil decidirlo y menos ejecutarlo.
El sentido en la vida de una mujer es ser madre. Aquella quien no lo es y puede sobrellevarlo sanamente, ser feliz y hacer feliz a la gente de su entorno, es excepcional. Pero el sentido en la vida de un hombre es tener una compañera sexual. Una cada cierto tiempo. Y esa incompatibilidad es el gran problema para la felicidad de una pareja como la concebimos actualmente. La condición que impondrá cualquier compañera para convertirse en estable, es ser madre en un entorno seguro para ella y su hijo: matrimonio y patrimonio. Y no parará hasta conseguirlo. Aunque Tú no lo quieras. Y si eres difícil de sabotear, después de un tiempo y antes de perder más oportunidades, pues tendrá que irse a buscar a Otro con quien sí pueda concretar y compartir el objetivo de su vida.
La alternativa no es menos penosa, pues tendrías que sobrevivir los abandonos consecutivos de tus compañeras hasta llegar a una edad, a la cual te correspondiese elegir a una compañera que ya no quisiera o no pudiera tener hijos, pero que ya tiene uno, o más. Tendrías que resignarte a compartir a esa persona con su otra familia y su otro pasado. O podrías encontrar a una mujer que nunca pudo tener hijos, y que en adelante cargará con ese vacío que tú nunca podrás llenar.
Pero siempre habrá quienes tengan varios hijos sin importarles si la pasan igual o peor que ellos mismos.
Total, así es la vida en el Kalahari
y por aquí, también…
Pero, ¿A quién le importa?
(Más allá de las Ideologías Políticas – I)
La vida –al menos como la conocemos en este planeta- es regida por un principio fundamental: el oportunismo, el sacar ventaja a como dé lugar, la primera prioridad puesta para sí por el propio individuo –aún más allá de su capacidad para entender aquello. Los seres que se organizan socialmente para sobrevivir -y el humano moderno logró sacar ventaja a sus competidores justamente por esta mejorada capacidad-, desarrollan una organización basada en la dominación del grupo por uno o por una casta de individuos, cuya prioridad es la perpetuación de sus propios genes; el resto -la mayoría- no puede reproducirse, pero goza al menos del beneficio de aumentar sus expectativas de vida perteneciendo a ese grupo.
Por lo tanto, este principio fundamental de la vida no es compatible con la equidad ni con la justicia social. Desde la aparición del humano, estos y otros conceptos similares fueron elevados a la categoría de ideales o dogmas porque a la mayoría del grupo de individuos le convenía que fuese así; pero no podemos permitirnos subestimar que son conceptos artificiales, no contemplados en la naturaleza (o creación divina). Lo podemos comprobar a diario en nuestra vida cotidiana al interactuar con nuestros semejantes. Desde nuestro nacimiento hemos sido adoctrinados en alguna de las grandes religiones contemporáneas, que coinciden en sus valores y dogmas centrales. Sin embargo, fuera de los templos cada individuo vela por sus propios intereses. Obviamente, por diferentes razones los mantenemos en secreto, -aún para nosotros mismos. Hermanos, esposos o hijos terminan irreconciliablemente separados por sus diferentes e individuales intereses. Es nuestra manera espontánea y natural de concebir la vida. Nuestra motivación profunda y última es nuestra propia satisfacción. Y sólo reconociéndola como tal, podremos entender que para poder aplicar exitosamente en la práctica estos ideales, deberemos ir en contra de nuestra propia naturaleza. Deberemos partir de un acto consciente y voluntario, el cual nos permitirá su estabilidad frente al tiempo y a la adversidad. Obviamente, no se podrá contar con que todos los miembros de la especie se encuentren motivados y dispuestos a hacerlo en un mismo momento. Porque no es natural. Porque a un individuo que se encuentra frente a una ventaja potencial no le conviene perderla. Y todos tenemos siempre algún tipo de ventaja potencial con respecto a nuestros semejantes. Aunque esta sea poder sustraer un mendrugo de pan, una piedrita que brilla, o poder aliviar una pena profunda utilizando sin decírselo – o peor aún, profesándole amor- a un semejante. Sospecho que los manifiestos de las ideologías políticas son construcciones teóricas tan grandes y complejas, que es inevitable que dejen cabos sueltos y que sólo pocos individuos se atrevan o puedan llegar a comprenderlas plenamente. Sus diversos autores han empleado para su planteamiento supuestos sobre la naturaleza humana o social que han dado por ciertos -sin más sustento que su propio interés, que su propia necesidad de creer o que la proyección de su propia naturaleza idealista-, lo cual ha terminado en inevitables discrepancias con opositores de dichas ideologías y fracasos en la práctica. La siguiente aseveración parecerá estúpida e infantil por su simplicidad: todos los intentos de modelos políticos y sociales a lo largo de la historia han fracasado hasta ahora por no considerar egoísta nuestra naturaleza, y artificiales los ideales de justicia y solidaridad. Y así es previsible que sigan fracasando. Este concepto es tan evidente, que las castas dominantes lo tienen que haber intuido desde siempre: la gran masa será provechosa e inofensiva mientras permanezca distraída y dividida por el mezquino egoísmo de cada uno de sus miembros. Pero finalmente,
¿A quién le importa?
Que Durmáis Bien
(Más allá de las Ideologías Políticas – II)
A diferencia de algunos de mis amigos, nunca me interesó en lo más mínimo la política, porque siempre consideré que consistía en un dime que te diré de intereses personales-grupales ocultos y circunstanciales. Preferí navegar solitario entre sensaciones y ensoñaciones que para mí eran más trascendentes. Recién hace muy poco, al echar un vistazo a lo que pasó en el mundo durante mi ausencia, el tema me ha parecido relevante -aunque terriblemente desalentador. Por esa necesidad y en un rapto de candidez, pude imaginar dos modelos utópicos básicos y opuestos para la distribución del poder:
Uno horizontal, en el cual habría plena libertad para cada individuo. Cada miembro sería reconocido como un par en la igualdad de oportunidades y de derechos. El poder se encontraría completamente descentralizado y las autoridades serían de exclusivo carácter técnico para fines de consulta y coordinación. La organización sería comunal, y no habrían clases sociales, herencia, ni acumulación personal de riquezas. Este modelo requeriría sin embargo de un alto nivel de conciencia, de solidaridad social y de participación civil de cada uno de sus miembros.
Otro vertical, en el cual no habría libertad. Un individuo designado, el más capaz intelectual, emocional y moralmente, impondría sus conceptos y normas al resto de la sociedad. Y los protegería de la adversidad. Este es el modo anhelado por la mayoría de seres humanos, porque los mantiene dentro de la seguridad y la paz que otorgan los límites. Los modelos de las religiones más difundidas así lo evidencian: el gran rey-padre-hermano mayor-pastor que cuida de y supervisa a su rebaño-reino-pueblo.
Lamentablemente estos dos modelos no son viables. No porque sean arquetipos extremos, sino por la naturaleza misma de cada uno de sus miembros en la vida real -el de arriba, el de abajo y el que está al lado-: egoísmo, oportunismo y ambición. Pareciera que los modelos híbridos que reparten la torta del poder en estratos podrían perdurar más, ya que aplacan a los miembros más ambiciosos y permiten un mejor dominio de la clase dominada. Pero en cada variante, quienes están arriba están convencidos de corazón que es el modelo más justo y hasta que sigue un orden divino-científico; quienes están en un nivel intermedio pueden no estar muy convencidos pero no hacen nada al respecto pues están cómodos a la altura de su ambición; y quienes son sometidos, están definitivamente seguros que aquel que sobrellevan no es el modelo correcto. Debido a esta desigual e injusta repartición del poder, hasta el momento ninguno de estos modelos aplicados ha perdurado mucho en el tiempo, y se ha tenido que vivir mucho dolor.
Mientras la mayoría de humanos no seamos capaces de tomar al unísono una participación consciente, solidaria y colectiva, esta disquisición la tendremos que dejar para fines académicos y proselitistas a los eruditos especializados de las torres de papel y a los políticos, y seguiremos regresando agotados y de noche a nuestras ratoneras para mañana volver a salir muy temprano a repetir el ritual de nuestra supervivencia. Pareciera que por el momento sólo nos queda a cada uno y en la medida de lo posible, intentar disfrutar de su propia y modesta suerte.
Sí, se hace tarde mi cielo. Que durmáis bien…
y que soñéis con los angelillos.
Debo Confesarme
Hace unas semanas, permitiendo la germinación de un video introductorio para algún sitio mío en internet, entre otras me vino la imagen de aquel filósofo griego de quien se cuenta que cubierto de harapos buscaba con una lámpara a un hombre. Una amalgama de imágenes, sensaciones y conceptos trataban de tomar forma definida para el video clip. Para colaborar en algo con el proceso, busqué alguna información sobre él. Fue así que vine a conocer la escuela Cínica (de cynos: perro) y me sentí plenamente identificado con su concepto básico. Una vida en la que cada quien retoma su propio sentido de la existencia y prescinde de todo aquello que lo aleja de él. En el caso de los cínicos, la forma en que lo ejecutaron fue dramática y más que una docencia con el ejemplo, se constituyó en una protesta contra el sistema establecido en el que les tocó vivir. Quedé encantado con el movimiento y convertido en admirador de Diógenes, un hombre de apariencia y trato rústico que no tomaba en consideración si el ser consecuente con sus ideales llegaba a perjudicarlo.
A Daniel le fascinó la literatura desde niño, a tal punto que siempre estuvimos seguros que él iba a ser entre otras cosas, un escritor. No es pues de extrañar que entusiasmados, hayamos ido a visitar la recientemente inaugurada Casa de la Literatura Peruana, al lado del Palacio de Gobierno y del legendario bar de artistas e intelectuales bohemios, Cordano.
Por primera vez di una mirada general a la historia de la actividad literaria en el Perú, y conocí a muchos escritores cuyas obras comenzamos a buscar desde entonces. Al final de un largo recorrido bajamos al sótano, cuya terraza con vista panorámica al Río Rimac había sido acondicionada como sala de lectura de la biblioteca y espacio para que humildes autores-editores pudieran ofrecer sus obras. Con la zona periférica de mi visión pude detectar que el más cercano a nosotros trataba de llamar nuestra atención para engancharnos en una larga negociación, por lo cual traté de alejarme simulando distracción. Pero Daniel no pudo resistir el remordimiento y se acercó para ejecutar un ritual de reivindicación espiritual bidireccional culminado con una compra simbólica. Y no satisfecho con ello ¡me llamó a su lado! Por un acto de humanidad tuve que fingir un pequeño interés y escoger una de entre las obras que nuestro amigo ofrecía. Elegí una de poemas, la que consideré podría contener algo rescatable. Bueno, pues resultó costando ¡el doble de lo que había pagado Daniel por la suya! Lo miré prometiéndole una venganza futura, y pagué resignado mi cuota. Apenas camino de regreso Daniel me pidió en voz baja: “Si algún día llego a esa condición, júrame que me tapas la cara con una almohada” y mientras yo buscaba un lugar escondido donde dejar abandonado el librito que nunca iba a leer, fui asaltado por nuestro amigo que corriendo se acercó a mí para preguntarme con condescendencia, pero entusiasmo “¿No quiere que se lo autografíe?”, con lo cual mi remordimiento y pena se hicieron súbitamente pesados.
Durante el exquisito almuerzo burgués en el Cordano, hicimos un repaso de nuestras experiencias y me negué a probar el manjar que degustaba Daniel: “Si yo me como eso ¿quién te va a tapar la cara con la almohada? No nos va a alcanzar la propina para que el mozo nos tape la cara a los dos, ¡cuando nos de la enfermedad de las vacas locas!”
Al día siguiente, no pude contener la curiosidad y busqué en internet sobre nuestro anecdótico autor. Llamé de inmediato a Daniel:
“¡Huevón! ¡La cagamos horrible! Resulta que nuestro autor NO es un mendigo. No. Tiene un blog que actualiza con artículos de interés, tiene varias obras publicadas, pertenece a una serie de agrupaciones y participa en los eventos literarios respectivos, ha realizado viajes y tiene amistades al interior y exterior del país. Es un activista por la justicia social. ¡Es un abogado jubilado que trabajó para el Ministerio de Justicia y fue catedrático universitario! Y no sólo eso. ¡Sus poemas sí son buenos!”
-“Más vergonzoso para un reciente admirador de Diógenes, al cual no pudiste reconocer camino de Emaús…”
-“Pero eso no ha sido todo, padre:”
Estuve muy alejado de la poesía demasiados años. En realidad, muy pocas veces en mi vida leí poesía; más fueron las veces que tuve la necesidad de escribirla empíricamente. Con las recientes y pequeñas incursiones en búsqueda de libros me puse nuevamente en contacto con ella. Los pocos poemas que leí, me hicieron sentir un intruso. No podía entenderlos. Algunos pocos sí. Y fue así como vine a descubrir mi propio concepto de poesía. Otros conceptos podrán ser dignos de consideración, pero sólo mi concepto funciona para mí. Hay una poesía que puedo entender perfectamente como cuando leo un texto. La entiendo con el intelecto, con la razón, y la única diferencia con la prosa es la métrica y el empleo de recursos técnicos como las figuras literarias. La otra poesía, es otra cosa. Ah… esa no la entiendo, pero me hace tener sensaciones que no son percibidas ni con el intelecto, ni con la razón. Esa poesía tiene la esencia de un conjuro mágico. Un profano lo puede invocar, pero nunca consigue nada. Sólo un hechicero puede lograrlo. Un primate -de esos desnudos que hablan por ahí- podrá leer uno de estos poemas –mientras se balancea de un lado al otro o bien posa distinguidamente con un bastón- pero no sucederá nada. No entenderá ni sentirá nada. Tal vez –sí-, encuentre varios defectos técnicos o nada novedoso en la escritura. Precisamente esa -creo Yo (en mi cándida, inmensa y autosuficiente ignorancia)- constituye la “verdadera” poesía. Y aquí viene mi segunda vergüenza. Suponía sin ser consciente de ello, que los mejores literatos provenían de Europa. Al menos, de la cuna de nuestro idioma. Pero hojeando durante las incursiones, encontré dos libros desconocidos de poesías que me hicieron redescubrir esta poesía. Fue grande mi sorpresa al ver la cara de los autores en las contratapas e identificar su origen andino. Poetas que hacían una poesía, que me hacía sentir lo que la mayoría de consagrados por las “autoridades” de la lengua castellana no hacían. Me dio mucha pena buscar por internet a uno de ellos y no haber podido ubicarlo como poeta actual. Al otro sí lo encontré –pues se dedicó a escribir–, y en este caso lo que tuve fue indignación, pues un reconocido poeta y crítico literario local reconoce desde hace poco que -y al fin- “ha llegado a su madurez”. El poeta ya cifra los setenta años…
Quisiera tener los poderes para poder reubicar en aquella otra dimensión a todas estas personas especiales -la mayoría anónimas y no reconocidas- y sacarlas de este mundo al cual no pertenecen…
-“No puedo arrepentirme, padre. Ya sobrellevé la vergüenza de la madre de un delincuente. Pero no puedo cargar con la responsabilidad que Usted ya sabe, a quién le corresponde”.
A Ezra Pound
No sé nada de poesía. Tal vez ni siquiera sepa nada de nada. Pero lo que sí sé, es lo que siento y lo que necesito. Quedé fascinado e identificado contigo al descubrir tus poemas y tu vida. Debes de haber tenido una certeza tan intensa de lo que sentías y necesitabas, que tuviste que deshacerte de todo lo establecido y aceptable para poder permitir el desarrollo espontáneo, involuntario y desenfrenado de tu ser. No hacerlo seguramente te hubiese resultado insoportable e imposible. Como le sucedió a Walt Whitman, a Charles Baudelaire, a Salvador Dalí. Tú como ellos debes de haber sabido de esa certeza que nace de la necesidad. Por eso no puedo estar de acuerdo contigo cuando afirmas que nadie debería escribir más obras si otros autores ya lo hicieron inmejorablemente. Porque el acto creativo nace de una necesidad personal, y a nadie le sirve más que a quien lo realiza. Y nadie sabe mejor si es una farsa, que quien lo comete. Es un conjuro personal e intransferible -tan único, que no le sirve al mismo sacerdote dos veces.
¿Por qué Walt Whitman fue convertido en patriarca e imagen de la emergente nación norteamericana? ¿Por qué los Beatles (“somos más famosos que Jesucristo”) alcanzaron una fama sin precedentes? ¿Por qué el mensaje de estos artistas influyó en tantas generaciones y marcó una tendencia en el desarrollo de la cultura occidental? ¿Acaso fueron mejores artistas que muchos otros de su época, o de otras épocas?
No lo creo. Yo creo que vinieron a percibir y a dar forma a los sentimientos y necesidades de toda una generación, encarnando al portavoz requerido -aunque no conscientemente esperado. Cuando una empresa multinacional escoge a un alto funcionario, no lo hace porque sea “el mejor”, sino porque encaja perfectamente en el perfil de características que necesita para que cumpla funciones bien definidas. Cuando las especies vivas sobreviven a los cambios ambientales en el planeta, no es porque exista una “evolución de las especies” ni porque sean “seleccionadas las mejores”, sino que sobreviven aquellas especies que tienen la capacidad de sobrevivir en las condiciones de su entorno en ESE preciso momento, y no en otro. Nunca habrá la “mejor especie”, porque nunca habrá el “mejor medio ambiente”. El medio ambiente no evoluciona, sólo se transforma. Cumple un ciclo, como el Universo. Peor aún, un concepto evolutivo sólo nos lleva a pensar que algunos somos mejores que otros. A justificar y perpetuar injusticias.
Te haré una propuesta, Ezra Pound
Me dirijo a ti como el obrero se dirige a su patrón
tal vez con mi ignorancia y carencia de formas, pero definitivamente con la certeza de mis necesidades.
Ha pasado demasiado tiempo como para aferrarme más a la vida callando lo que necesito decir
No quisiera llegar a viejo pareciéndome a ti en tu desgracia
porque me identifico contigo, y aprecio mucho
tu convicción, tus certezas sin miramientos -origen de todo lo altruista y cuestionable que hiciste-
siempre convencido incorruptible eterno
Haya pues amistad entre nosotros, si quieres aceptarla
y te diré las cosas en tu cara.
No te puedo ofrecer más
A Ti
Tal vez al encontrarte
salte salvajemente sobre ti
y te arranque un pedazo de oreja,
para compartirte como un cordero místico
Yo a cambio
te ofreceré un sonoro y cálido flato,
preparado especialmente para ti
y así quedes prendado Tú de mí
con todas tus garras
No no profanaré tu cadáver cuando mueras.
Sólo permite que entre hasta tus entrañas
como una mosca por tus fauces abiertas
y conserve de ti ese último recuerdo
Divino
La Inconsciencia en el Proceso (Creativo) Artístico
Cuando Eduardo y yo éramos adolescentes, descubrimos aquella música que nos permitía percibir en la oscuridad una realidad desconocida -embriagados y eufóricos recorríamos en auto los acantilados que daban al mar -rebosantes de la vitalidad de una divinidad misteriosa, salvaje y amoral; más allá de nuestra comprensión. Sin embargo, quienes concibieron e interpretaron esa música, poco a poco dejaron de hacerlo. Siguieron con sus carreras. Y nunca más volví a experimentar lo mismo con sus nuevas obras. Fenómeno generacional. Es probable que me haya vuelto viejo. Como también, que ellos hayan continuado un camino de exploración y búsqueda permanente -cuyo objetivo no fuese explicar ni replicarse, sino descubrir y experimentar. Entender y ser consciente parecieran ser opuestos a la percepción, a la expresión y a la vivencia. Usualmente se considera que la obra artística –más aún cuando rompe paradigmas e introduce innovaciones- es un mérito del esfuerzo consciente y volitivo, y una muestra de la maestría del autor. Desde los años de secundaria tuve una habilidad singular para dibujar – conocida por mis compañeros y profesores de escuela. Durante un improvisado debate con un profesor acerca del proceso artístico, Daniel –quien a pesar de su menor edad era notoriamente más letrado y maduro intelectualmente que todos nosotros- , quiso coronar su postulado teórico, recurriendo al testigo vivencial reconocido más cercano –y supuesto aliado, preguntándome: “Rafo, ¿tú por qué dibujas?” Ninguno de nosotros por aquel entonces lográbamos entender las cosas que leía Daniel, y a lo más podíamos burlarnos de él. Yo respondí automáticamente lo que me era evidente: “¡Porque me gusta, pues!” Siguió un estruendo de risas al cual se sumaron los gritos del profesor. Durante años, me arrepentí de haber dicho eso y fui hallando diferentes explicaciones al tema. Finalmente comprendí que no había otra verdad. Porque para el artista no hay razón ni explicación. Actúa por impulso, por necesidad, por certeza. Y si surte efecto la magia del proceso, eso le confirma el camino correcto. Es cierto, hay un complejo procesamiento de formas y contenidos. Pero no es consciente ni volitivo. No media ningún proceso intelectual. Eso podría ser cualquier otra cosa, pero no parte del proceso artístico. El análisis puede llegar luego, durante el regocijo de quien observa la obra y descubre sus connotaciones. Tal vez más de las identificadas conscientemente por el propio artista.
La Promesa
El intenso hedor a cripta de tu aliento
me atraviesa y exalta voluptuosamente
la fatal sensación de estar vivo
Guiñapos de sedas gobelinos y encajes
amalgama de pelos colgajos de carne
Transmutada la novia más codiciada del Hades
Algún día –pronto- nos reuniremos
a fundirnos en la gran rueda
que irreversible e inexorable
recurre a la muerte
reciclando la vida
Y seremos por fin juntos
Uno en el olvido,
por toda la eternidad
Puedo
Puedo caminar fascinado y desnudo bajo el cielo
Porque no soy dueño de nada.
Porque estoy vacío
Todo lo puedo recibir
lo más pequeño y anodino
Al detenerme sin prisa
en el preciso instante en que el universo existe
Todo lo puedo percibir
la hierba y el trébol. la brisa rozando mi rostro los ojos del tábano suspendido el grito de la gaviota sobre el mar
¡puedo inhalar y correr latiendo mi cuerpo se elevan mis brazos mientras relincho!
Todo para mi…
Un instante
Posar el vientre desnudo sobre la tierra soleada
y respirar
con los ojos cerrados
para ver más allá, donde crece la hierba
Un cuerpo es todo lo que pido
Poder estar aquí un instante
que dure por toda la eternidad
Fugaz y para siempre
La Partida
En estos días preliminares, pude ausentarme a los lugares de infinitas sensaciones, después de tantos años. Ahora que regreso por última vez -aunque parto definitivamente y con miedo-, comprendo que quedarme sería volver a esta jaula abierta para tomar alimento procesado y agua con sabor a tubería. Preferiría que la muerte me llegase volando hacia el sol en el horizonte y desaparecer eternamente.
tanta miseria sin sentido
La vara que Ezra tomó de Diógenes que Yo tomé de Pound
es la voz que clama en el desierto, tan muda como el estrépito del árbol que cae en el bosque inhabitado
¿Será tan vasto el universo que la súplica aún no llega a su destino?
Dime
Te diste el gusto de llevar tus convicciones al límite,
de orgulloso sentir las balas atravesando tu cuerpo mientras te diluías entre pájaros y árboles
y tu sangre con el agua de tu río se fundía en otoño con el mar.
Sueño encontrarme contigo algún día
entusiasmado, contándome lo que dejaste pendiente – lo que nunca me atreví a realizar
Pero ahora las flores crecen sobre tu cabeza y nosotros quedamos solos aquí
soportando todo lo que nunca cambió
la misma miseria de espíritu
el mismo sin sentido triste agotando nuestras palabras,
la nueva inocencia derramándose en las calles
los miles de poemarios viejos en la acera, rematados por un sol
Dime por favor…
Quisiera
Tanto.
Tanto daño te hiciste
devorándote a ti misma por colgajos,
mientras desangrando enfebrecías cada vez más
Una mañana oscura
bolearé de tu hermosa cabellera
la cabeza que tanto prejuicio contuvo,
para que alcance el fondo de aquel lago
donde podré preguntarle algún día,
por tus recuerdos e ilusiones perdidas
en alguna celda de sanatorio lágrima de inocencia tumba anónima.
Servirán por ahora de sustento
a pequeños moluscos y crustáceos
que fornican despreocupados y gozosos,
Tal vez
De la masa de tu cuerpo descompuesta y candidez,
quisiera volver a hacer otro muñeco sin imagen ni semejanza,
que no recibiese ningún aliento, ésta vez
Sin título
Aquí me tienes
atado a un madero en la cima
con la melena al viento
en el ocaso
Epílogo
Tal vez demasiadas decepciones y conflictos para una adolescencia diferida. Aquí quedan los rastros de un proceso que trató de resolver un sin sentido. La insatisfacción de lo aprendido. La necesidad de explicaciones. Y una solución absolutamente personal a todo aquello.
Durante este período decidí abandonar una vida convencional como actividad principal, para darme una última oportunidad a través del arte.