ETAPAS Y TRABAJOS
-Escolar (1968-1980): la ilustración de tareas escolares permitió un ejercicio inaparente y continuo, que fue incorporando naturalmente la representación de mis compañeros y profesores. Tuve acceso a libros sobre grandes pintores, e incorporé muy tempranamente el concepto de punto de fuga. El trazo delicado de Quino fue una gran influencia en mi niñez, y el nivel de los ilustradores de la revista MAD, un reto de adolescencia.
-Preuniversitaria (1981): quedar al mando y responsabilidad de mi propia vida, sin el sentido de pertenencia y los soportes de la institución escolar, coincidió con una actividad interna que parecía provenir de la percepción de una realidad alterna, que buscó expresión mediante dibujos e improvisaciones musicales. Europe de Deep Purple y Led Zeppelin.
-Universitaria I (1982-1985): esta realidad alterna continuó tiñendo mi percepción de la cotidianidad y buscando expresión entre los resquicios de la extrema exigencia académica. Pink Floyd y Yes. Conocí a Mariana (quien sería mi compañera hasta hoy) y con ella, la poca poesía que leí. Comencé a sentir que era demasiado distinto a mis compañeros de facultad. Todas las noches del mes que tardé en decidir mi abandono de la medicina, sufrí lo que ignoraba que tuviese nombre: Síndrome de Piernas Inquietas. Nunca pude librarme de la enorme carga moral, familiar y social de mi decisión.
-LJ Estremadoyro – ENBA (1985-1988): Luis José y yo nos conocimos casualmente. Por primera y única vez tuve ante mí trabajos de una calidad que nunca más volvería a ver. Asistí unos meses a las sesiones de dibujo de modelos en la ENBA. Sus observaciones y enseñanzas permitieron un vertiginoso desarrollo de mis capacidades estancadas. Fue un hermano mayor, mi maestro. Por él leí novelas y descubrí a Sábato. También a Ver Meer, Velásquez y Rembrandt. Leyendo a San Francisco tuve mi primera experiencia mística. Y luego, mi primera gran pérdida de fe. Inexplicablemente, despertaba más cansado que al acostarme. Perdí mucho peso. Presenté mi mejor pintura a un prestigioso galerista que me rechazó por no ser conocido. Mientras manejaba en carretera, mi cuñado tuvo un accidente debido a una hemorragia intracerebral: casi muere, pero quedó hemipléjico. Decidí regresar a estudiar medicina. Sólo me aceptaron tras un año de aprobar exámenes finales de cada uno de los cursos que ya había aprobado.
-Universitaria II (1990-1995): Nunca antes había deambulando como un recuerdo por antiguos lugares entre rostros desconocidos. Acabando los exámenes de cada fin de mes del primer año, escuchaba versos -a veces mientras caminaba de regreso a casa. El primero anunció su llegada como una presencia, y el último también me hizo presentir su retiro. Los que pude retener formarían mi primer poemario: La Búsqueda y La Esperanza. Pero cumplir mi deber implicaría olvidar todo e invocar inadvertidamente fuerzas más allá de mi comprensión. Sería mi primera consideración del suicidio e Ícaro se ofrecería para que yo pudiese continuar.
-Hospitalaria (1997-2011): Me consagré a aplicar y dominar todos los tratamientos y técnicas quirúrgicas para pacientes desposeídos, quemados, postrados diversos y podridos en vida. Dormí sobresaltado en bancas de madera, deambulé de madrugada por corredores con historias de aparecidos entre pacientes agónicos y sus familiares esperanzados. Pero exhalar ante mi impotencia era la única dignidad que quedaba a aquellos abandonados por el sistema. Yo también me sentí abandonado. Los diversos proyectos que presenté y hasta inicié nunca tuvieron apoyo político. No sirvió de nada mirar a los ojos a uno de los presidentes de la república mientras le sustentaba las necesidades de su pueblo. La indiferencia y el oportunismo cubrían cada vez más la bóveda celeste. Logré una inusual autorización para practicar procedimientos de cirugía estética en cadáveres frescos. Ya no estaría más en casa: los sábados y domingos fumaría un cigarro dentro del carro antes de escoger en el frigorífico un indocumentado fallecido de desnutrición, enfermedad o violencia. No quería cargar con el remordimiento de aprender en la cara de alguien esperanzado en lucir mejor, pero tendría que cargar y descargar en mi soledad cuerpos fríos y hediondos. Aún recuerdo muchos de esos rostros. Muchas historias de final absurdo que pasarían por ficción tirada de los pelos. Pero yo era inmortal e implacable. Una potencia implacable de la cual mi propia vida fue su principal objeto. Una posesión que me cercó al borde del abismo esperando el salto final. Parte de mis cuestionamientos de los últimos años quedaron registrados en pequeños borradores musicales, o en escritos diversos que agrupé como “Vómitos y Bombones Surtidos”. El proceso de “Qué Mierda Están Haciendo” me mostró un derrotero por explorar, y el proceso de “Vómitos” me mostró que nada tenía sentido. Fue entonces que decidí darle una oportunidad a esa exploración. Un sentenciado a muerte ya no tiene un futuro qué perder. Mariana no lo supo, pero sin su apoyo incondicional no lo hubiese logrado.
-El Retorno de Ícaro (2011-2015): Es un período de transición que quedó definido por la aparición de tres imágenes en un período de tiempo relativamente corto, cuya secuencial ejecución tomó cuatro años. A los pocos meses de iniciado, la necesidad de expresión musical cedió sin abstinencia ni melancolía: recién entiendo que fue un canal para la angustia final de la etapa previa. Habían pasado treinta años sin pintar y no sabía si lograría la calidad requerida para respaldar mi decisión. El permanente remordimiento y temor por dedicarme a una actividad no remunerada, permitieron el diagnóstico y medicación de la Ansiedad Crónica que sobrellevé por décadas. Aunque aún no se define ni comprende, creo haber encontrado en el síndrome de Asperger muchas explicaciones que tenía por desahuciadas. La expresión escrita se mantuvo constante y paralela a la actividad pictórica, pero cada una sirvió a un propósito: mientras la pintura fue fiel transcripción de imágenes que aparecieron espontáneamente, representando en formato simbólico y vivencial procesos relegados del desarrollo de mi personalidad, la escritura permitió además un ordenamiento consciente e intelectual de reflexiones, percepciones y posturas, que coleccioné como “Los Cuadernos de Ícaro”. Inicié una búsqueda de conocimiento descubriendo y leyendo autores de diversas disciplinas (poesía, mitología, mística, paranormalidad). Los aportes de Carl Jung me permitieron entender la relación y sentido entre todas ellas, entre mi experiencia fenomenológica y la realidad llamada objetiva, entre mis diversos componentes y el significado representado simbólicamente en mis actividades. La Antropología Simbólica de Sid y Mauricio completó este marco conceptual, que ahora me permite encontrarle sentido a las cosas en su lugar. Ya había preparado en casa un ambiente retirado para pintar, pero acabando el primer cuadro lo amplié como requería un taller, convirtiéndolo en templo y creándome un mito fundacional: dejé de ser Ícaro que retornaba sin alas, acepté el destino de mi muerte, y asumí resignadamente mi pluralidad incierta de Leonardo Rafael.