El Retorno de Ícaro
El Retorno de Ícaro – 2011
(óleo sobre lienzo, 90 x 54 cm)
música asociada: Harold Budd – Madrigals of the Rose Angel (se recomienda activar enlace de youtube al final de página)
I. Concepto Temático:
Dedicado a hacer mi vida como un profesional joven, entusiasta y entregado a su especialidad, dejé de dibujar, de pintar y hasta de ocuparme del arte por unos 25 años. No fue hasta consolidada mi carrera, que noté que una sensación de vacío se había hecho crónica y cotidiana. Viajé entonces a España, esperando reactivar mi motivación por la pintura y dispuesto a resolver varias interrogantes conceptuales relacionadas. Retorné con más interrogantes, pero con muchas vivencias y una creciente motivación. De la investigación pertinente, fueron surgiendo todas las respuestas y la inevitable postura personal hacia cada una de ellas. Inadvertidamente aquello fue quedando plasmado en un documento que finalmente tomó la forma de un pequeño ensayo, que no pude dejar de compartir, financiando su publicación.
Mi vida como ciudadano normal había llegado a su límite. Lleno de decepción y de hastío, ya no la soportaba. Partiendo de la premisa de que todos los seres vivos tenemos como comando principal el anteponer nuestro bienestar al de cualquier otro, mi día a día no era sino un recordatorio de nuestro oportunismo y de nuestra miseria material y espiritual. Lo hacía peor, el hecho que sólo a mí parecía afectarme. Comencé a escribir para desahogarme, y cada vez fue más patente que ahora necesitaba dedicarme al arte. Al año de haber escrito el primer ensayo -y alentado por mi esposa, decidí renunciar a mi trabajo principal y retomar la pintura.
Habían pasado 25 años sin tomar un lápiz ni haber experimentado el proceso artístico en imágenes. Tenía miedo y muchas dudas de cómo empezar. Casualmente me reencontré con Coco, quien me dio la bienvenida a la pintura y sin saberlo me ayudó mucho para iniciar el proceso del primer cuadro. Unos dibujos suyos me generaron una sensación poética y onírica, definiendo lo que estaba buscando. Y parafraseando a Dalí me dijo: “San Bartolo es el lugar más surrealista del planeta”. Recientemente yo había tomado unas fotos casuales de aquella zona, y su convicción produjo en mí el efecto de evocarlas formando una composición entre ellas. Semanas antes, mi concepción simplificada y materialista del universo, de la vida y de la muerte, del presente y del pasado, había sido cuestionada y enriquecida con el descubrimiento casual y lectura fascinada del libro “The Link” -del psíquico adolescente Mathew Mannings. Fue así, que la realidad representada dentro del cuadro ocurriría en aquellas playas y aquellas leyes físicas permitirían la simultaneidad de lo sólido con lo desmaterializado e ingrávido, lo actual con lo ya vivido, lo real con los sueños y los recuerdos -en un mismo momento y lugar. Surgió mi propia imagen desnuda -de espaldas al viento y al vacío, no totalmente materializada y captada en aquel instante atemporal de comunión con aquella realidad y con el otro personaje, el dibujo del mejor amigo (en silencio) de mi infancia –el gato de mi abuela, que como aquel entonces -aparece para hacerme compañía con su recogimiento y su presencia. El dibujo del gato se ubicó sobre una zona de transición entre la realidad del cuadro y otra sólo intuida, de dos dimensiones. No recuerdo en qué circunstancias se consolidó completamente la imagen final del cuadro, pero el significado no lo entendí hasta días después. Le pedí a Mikhaíl que me tomara las fotos para el personaje principal. Mientras las tomaba me dijo: “el dolor de la posición le ha quitado a tus manos la expresión helénica que tenían…”. Recién acabada la sesión reparé en sus palabras. He tenido muchas ensoñaciones con mares helénicos tibios reflejando luz dorada y poblados de pequeñas islas. Quise pintarlos hace mucho en un par de cuadros que quedaron inacabados. Nunca lo había comentado a nadie. Ni yo mismo había tomado conciencia de ello. Con ese comentario fue recién que pude entender quién era aquel personaje en el aire. Era el personaje de un poema mío, escrito a manera de epitafio cuando pensé suicidarme 25 años atrás. Era Ícaro. El seudónimo que siempre usé para los concursos de poesía. No lo había notado porque ya no traía alas ni remontaba alturas. Tenía el mayor de los sentidos. Ahora mismo, yo no soportaba más el mundo y estaba regresando a la pintura como un refugio antes de la siempre presente pero postergada opción del suicidio. Después de tantos años, era una nueva oportunidad. Era el retorno de Ícaro.
Así, la obra terminó de revelarse. Estaría dentro de un marco-urna, con un fondo oscuro que lo resaltase y un atril de brazo articulado dorado delante -el cual sostendría un pergamino bañado en resina con un manuscrito del poema Ícaro.
II. Concepto de Estilo:
Después de 25 años de haber abandonado el arte y haber hecho una vida completamente al margen, necesitaba con todas mis fuerzas un cuadro que estuviese colgado detrás de mi hombro, respaldándome. Dándome un aval a mí mismo, y a los demás –que lo que estaba haciendo no era un disparate. El realismo me permitiría mostrar fácilmente si estaba en condiciones técnicas aceptables, así como poder transmitir una serie de sensaciones de una manera más convincente. Pero el realismo sólo, es limitado. Hay una serie de sensaciones que no se pueden transmitir con él. Por eso debía incluir sin modificar, aquellas zonas
III. Tamaño:
Tamaño: Realicé un pequeño y simplísimo boceto. Me paré frente a un muro y traté de imaginar que ya estaba delante del cuadro acabado, apreciándolo. Fijé la distancia a la cual la sensación original de intimidad se replicaba mejor. Resultó ser un metro y medio. A esa distancia puse delante de mi ojo el pequeño boceto, para proyectar sus proporciones finales sobre la pared: 0.90 x 0.54 metros.
IV. Materiales:
Era mi retorno a la pintura, así que quise ser muy clásico con los materiales. La sensación a transmitir era de calidez y delicadeza. De no rigidez. Elegí un bastidor de cedro con cuñas, en el cual templé un lienzo de algodón de trama intermedia que quise preparar yo mismo. Temiendo por alguna inestabilidad de la goma empleada al fabricarla, la lavé previamente –debido a lo cual quedó con unas arrugas que no cedieron planchándola. Sin embargo aquello resaltaba la naturaleza de la tela, como una gasa antigua –por lo que decidí mantenerla. Para no correr riesgos, decidí emplear un material estudiado para la preparación: Gesso de la marca holandesa Spondylus. Sobre ella imprimé una capa base de óleo amarillo ocre diluido en una mezcla en partes iguales de aceite de linaza prensado al frio y purificado (W&N) y trementina rectificada (Pebeo). El material que empleé para el resto del cuadro fue básicamente óleo (en su mayoría Winsor & Newton que tenía de hace 25 años), blanco de plomo como base para la mezcla de la mayoría de colores, y como medio aglutinante, diluyente y secante, una mezcla en partes iguales del aceite de linaza y barniz Dammar (W&N). En algunas partes reemplacé esta mezcla por sólo aceite de linaza espesado (W&N). Los empastes del peñasco fueron realizados con la emulsión alquídica de W&N llamada Liquin-gel. En algunas zonas muy pequeñas, realicé veladuras con la mezcla linaza-dammar. Al mes de terminado, lo barnicé con una capa de Barniz de Retoque (cetónico) en spray (W&N). La urna y el marco del cuadro fueron construidos con cedro seco. El interior de la urna, pintada con nogalina fijada con cera en pasta, y matizada con una pátina de veladura con linaza-dammar de óleo verde esmeralda y azul ultramar. El marco con aplicaciones de resina sintética, fue trabajado con Pan de bronce. El vidrio engastado, laminado de 0.6 cm de espesor.
V. Concepto Técnico:
La pintura, el material en sí debía ser trabajado con preciosismo, como si fuese un objeto en sí. Mucha riqueza de trabajo entre los bloques, y mucha riqueza en variedad de empastes y texturas.
La técnica que aprendí con Luis José sería de base: copiar los bloques de colores tal cual de la foto. Pero no haría una mancha inicial de todo el cuadro: iría avanzando cada elemento hasta terminarlo. La primera capa de frente, como fondo. Luego la segunda ya con transiciones sutiles entre bloques. Casi todo lo hice en seco. Sentí mucha inseguridad para mezclar en fresco los bloques. Y finalmente los refuerzos empastando las luces. En muchos casos tuve que subdividir el trabajo en muchas capas. No usé veladuras, salvo pequeñas zonas en las rocas para reforzar sombras o dar un pequeño toque de color. Realmente no encontré para qué usarlas, pues todo ya encajaba en color y tono desde las fotos iniciales.
Tuve que hacer variantes para poder expresar mejor algunas sensaciones.
-Dejar traslucir el fondo amarillo ocre. Lo había pensado para todo el cuadro, pero le restaba sensación de realismo, así que sólo fue posible en algunas zonas del fondo (cerros) y entre las olas del lado izquierdo.
-Ícaro tenía que ser muy real. Las sombras no podían ser translúcidas, sino materiales. Pero sus miembros tenían que ser transparentes, desmaterializados. Tuve que pintar el mar con todos sus detalles sobre lo que serían sus miembros, y extender el tono base al resto de su cuerpo. Luego pintar el cuerpo con material opaco, y extender una capa transparente de un tono medio de la piel (tierra de siena natural pura) hacia los miembros. Como traslúcido no tendría sombras, y sus luces serían la extensión semicubriente de las luces de la piel del cuerpo.
-Ya había pintado la base de óleo amarillo ocre cuando me di cuenta que tenía que empastar el peñón. Consulté a Michelle, quien me recomendó usar Liquin para empaste. Fue la única parte que tuve que inventar, pues ni aún regresando al lugar original encontré un peñón idóneo. Lo reconstruí en base a fotos de distintas partes del peñón de Punta Negra. En base al boceto pintado sobre una plantilla de papel sobre el cuadro, definí los volúmenes y los empastes. Durante días apliqué el Liquin con espátula, esperando que seque para aumentar el volumen o emparejar los bloques. Luego capas semicubrientes de óleo, que día a día iba reforzando en algunos lugares. La idea era lograr de cerca objetos abstractos, de existencia propia. Y de lejos ver un peñón real.
primer boceto (15 centímetros de ancho) que definió proporciones y tamaño final del cuadro